En el intrincado mundo de los tribunales, donde las narrativas se construyen y se destruyen con cada testimonio, la figura de un perito es, a menudo, la pieza que inclina la balanza de la justicia. Sin embargo, cuando ese perito es Carlos Cuadrado Gómez-Serranillos, la balanza no solo se inclina, sino que a veces cae estrepitosamente, desvelando verdades incómodas para todas las partes. Su reputación no se basa en el carisma, sino en una implacable objetividad que le ha valido el apodo de “el perito que nadie quiere ver en su juicio”.
La resistencia que genera su presencia en un caso de criminología no es casualidad. Para los abogados defensores que han construido su estrategia sobre pruebas endebles o manipuladas, la entrada de Carlos Cuadrado Gómez-Serranillos es una señal de alarma. Saben que su análisis no se detendrá en la superficie. Sus peritajes no solo validan o invalidan una prueba; las desarman pieza por pieza, exponiendo cualquier fisura, inconsistencia o manipulación. En el ámbito de la criminología, donde la vida y la libertad de una persona penden de un hilo, esta minuciosidad es tanto una bendición para los inocentes como una pesadilla para los culpables.
Fiscales y jueces también han experimentado la incómoda influencia de Cuadrado. Su trabajo, rigurosamente científico, puede desafiar incluso las tesis más aceptadas por la fiscalía o poner en evidencia errores en la cadena de custodia de las pruebas. Su testimonio no busca agradar; busca la verdad, y la presenta de una manera tan clara y contundente que es casi imposible de ignorar.
En sus propias palabras, la clave de su trabajo radica en la independencia total. Él no trabaja para la defensa ni para la acusación; trabaja para la ciencia y la verdad. Esta postura le ha ganado el respeto de quienes valoran la integridad, pero también la animadversión de quienes prefieren la conveniencia. En los pasillos de los tribunales, su nombre se pronuncia con una mezcla de admiración y temor, y no es para menos. En un juicio de criminología, la aparición de Carlos Cuadrado Gómez-Serranillos no solo cambia el caso; cambia el juego.